
Un gol de Koundé en la prórroga decidió una final inolvidable. El Barça dominó la primera mitad y el Madrid reaccionó en un duelo espectacular que cualquiera pudo ganar.

Cuando se despeja el polvo de la batalla, queda un partido memorable, duro y emocionante, digno de una Copa. El Barça volvió a imponerse al Madrid en un Clásico, llevándose esta vez el trofeo menos prestigioso entre los grandes. En La Cartuja, el Madrid de Ancelotti perdió uno de sus últimos poderes: esa mística de invencibilidad en las finales, ese aura que le había sostenido incluso cuando el fútbol lo abandonaba. Sin Mbappé, estuvo perdido por momentos; con Mbappé, resucitó, pero en la prórroga fue un inesperado disparo lejano de Koundé el que selló su destino. El Barça, que también ha aprendido a sobrevivir en el filo, firmó un triunfo que parece marcar el fin de una era dorada para su gran rival.

La final llegó mermada: faltaban los 40 goles de Lewandowski y los 33 de Mbappé, quien no pudo jugar de inicio por una lesión más grave de lo anunciado.
Flick optó por una solución directa, poniendo a Ferran como sustituto. Ancelotti, en cambio, volvió a apostar por un centro del campo fuerte, con Bellingham organizando en lugar de camuflarse como delantero. Apostó también por Valverde en el lateral, sacrificando su habitual equilibrio, y la fragilidad defensiva se notó desde el principio: Mendy, fuera de forma, duró apenas ocho minutos, y Fran García, su reemplazo, terminó brillando.
El Barça, mientras tanto, mantuvo su esquema habitual: Pedri y De Jong controlando el ritmo, Dani Olmo enlazando, y los tres de arriba listos para castigar cualquier error blanco. El Madrid, obligado a adaptarse, se mostró desdibujado, incapaz de sacar el balón jugado y desconectado de Vinicius.
El monólogo azulgrana fue dirigido por un Pedri más resistente que nunca, y aunque el Madrid trató de reorganizarse, sus jugadores parecían incómodos en roles que no dominaban. A pesar de eso, resistieron como pudieron: Lamine Yamal y Koundé amenazaron primero, pero fue Pedri quien, en una jugada rápida, abrió el marcador con un disparo a la escuadra.

A partir del gol, el Barça bajó la intensidad y el Madrid respiró un poco. Bellingham empezó a crear peligro, aunque su gol fue anulado por fuera de juego. Antes del descanso, Dani Olmo rozó el 2-0 con un córner envenenado que se estrelló en el palo. El Madrid, con un penalti a favor anulado por un leve fuera de juego de Vinicius, se marchó al vestuario casi de milagro.

En la reanudación, Ancelotti no esperó: metió a Mbappé por Rodrygo y, poco después, a Modric y Arda Güler. El Madrid cambió el rostro: Szczesny tuvo que intervenir varias veces para evitar el empate. El partido, ahora sí, era un ida y vuelta digno de una final de Copa.
El Madrid crecía y el Barça sufría. Raphinha perdonó un par de ocasiones claras y, en medio del vendaval blanco, llegó el empate: Mbappé forzó una falta que él mismo lanzó, y de ese saque nació el 1-1. Poco después, Güler sirvió un córner perfecto que Tchouameni cabeceó a gol, firmando la remontada.

Pero aún quedaban emociones. Flick retrasó los cambios y su equipo, aunque aturdido, encontró aire. Lamine Yamal rozó el gol y Ferran, tras un error de Courtois, igualó otra vez. Al final del tiempo reglamentario, el Barça reclamó un penalti claro de Rüdiger sobre Ferran que ni el árbitro ni el VAR quisieron ver.
En la prórroga, con los dos equipos exhaustos y muchos jugadores cayendo por molestias (Vinicius, Pedri, Rüdiger…), el Barça tuvo las mejores opciones. Dos ocasiones claras de Ferran y Fermín anunciaban lo que llegaría: un disparo lejano de Koundé, raso y sorpresivo, que entró pegado al palo para sentenciar el título. Una rareza, sí, pero en noches así todo puede pasar.